Estoy en esta cantina,
fuera del mundo, ahogado con esta amargura del corazón,
que se derrite por
dentro en la botella. Pienso en el borracho que conoció el principito y en su imagen de alcohólico
universal, en su pena más grande de no poder dejar de beber este veneno seguro.
Siento que puedo escuchar los pensamientos de la gente que me rodea, oigo como
me critican y me ven como estoy tan solo en esta isla de una silla y una mesa. Hay
una insensatez tremenda en el aire, en todos lados se golpean los ladrillos de
las paredes, estando tan iguales, tan juntos, tan seguros de si mismos, creyendo
que nunca van a caer, que nadie los va a derribar. El mar de la soledad da
vueltas por toda la isla, amenazándome, allí, enfrente, hay muchos mundos que
están escondidos en sus olas, compañeros acuáticos que me están esperando,
haciendo sus propias vidas, pero que no entrarían en la isla por miedo a morir
de sus lugares seguros. Y lo más penoso, es el vaso, que está vacío, porque ni
siquiera he abierto la botella.
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